Él me mostraba con su mano firme las constelaciones. Dibujaba con su dedo índice las figuras que de la Osa mayor, por ejemplo; me narraba, con su voz áspera y autoritaria sobre la historia que cargaba ese conjunto de estrellas, me hablaba de su significación, de su sentido y hablaba con una fascinación que me envolvía y me dejaba llevar con su melodioso discurso. A veces me daba miedo preguntarle algo, pensaba que él podría pensar de mí algo feo. Poco a poco, la luz lunar iba atenúandose y abrí paso a los dardos solares. En el ojo de agua, en donde estábamos viendo las constelaciones, se asomaba nuestras siluetas.
Sus trazos, tanto como los que yo hago, dibujando su cuerpo, nos dan esa sensación de semejanza, sus trazos me dibujan, mis trazos le dan soporte. esto es algo que se juega también en nuestra mirada pero ¿qué es lo trazamos en el otro? ¿trazamos lo que vemos, lo que fantaseamos, o trazamos lo atroz ?
Mi mano dibujaba su cuerpo a través de esa cristalina agua, y el comenzó a hacer lo mismo con mi cuerpo; cada trazo, cada corte que se daba para unir otra parte me hizo pensar sobre las historias que guarda mi cuerpo. Líneas que enmarcan, que hace división entre mi sistema orgánico y el mundo exterior, límite entre él y yo.
Masa que va esculpiendo lo que será este sostén que guarda mis emociones, mis arrebatos y mis ideas. Este cuerpo es como una letra, físico, objetivo que fija esa, esencia — siguiendo la metáfora, mi cuerpo es como esa letra que fija al fonema y que al unirme con mis semejantes o, al unirme con él, me da la sensación de tener un mismo tono, una misma enunciación. Ilusión acústica (y lo digo ahora así pues creo que el amor está en estos dos cuerpos que se preguntan qué es estar juntos).
Ahora que lo pienso más, me he engañado. La unión de letras no se funden, cada una mantiene su sonido, al unirse, crear un eco en conjunto pero jamás es el mismo. Es por la diferencia que ellas, las palabras, son enunciadas…
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