Todos los sábados él espera recibir una carta tuya. Al despertar hace lo habitual: desayuna, se baña y lee el periódico a las 6 de la mañana, sentado en su balcón, con su taza de café caliente, cada sorbo lo despierta, así como el sol se abre entre las montañas los días de verano. Poco a poco, va pasando el tiempo y su cuerpo va cambiando, algo se va apoderando de él: la angustia lo va consumiendo.
Esa extrañeza que siente en su cuerpo le hace decirse: ¿será el café? para la próxima, tengo que acordarme de comprar café descafeinado. Y, deja a un lado su sentir, las sensaciones las trata de tejer con una ocurrencia, y por un momento da resultado. Vuelve a su rutina...
¿Será que se le olvidó que hoy era sábado? No, la angustia aparece justo cuando se acerca su... cuando se acerca la carta. Para eso, faltan siete horas y el tiempo avanza. Acabando sus actividades de la mañana entra a su casa y camina hacia su habitación, se desploma en su cama, abatido, cansado y triste. Acostado en su cama, gira su cabeza hacia la izquierda, donde tiene una mesa pequeña con muchos papeles, apuntes de sus ideas, y encima de esas cordilleras de papeles está su reloj eléctrico que marca la hora, el día y la temperatura. ¡Se da cuenta que hoy es sábado! Va directamente a la puerta, para ver si está la carta que tanto espera, se levanta rápido de la cama y siente un mareo, sin embargo, sigue, pasa el corredor, mientras camina todo le da vueltas pero sigue caminando, a pesar de todo y de todo pesar; cruza el comedor y cada vez sus latidos son más intensos, su cuerpo empieza a vibrar y a sudar frío y sigue con su mareo y trata de caminar de prisa para llegar antes y poder tomar un respiro. Al llegar a la puerta y ver que no hay nada se pega a la pared y como mantequilla en un sartén caliente, se escurre por la pared que le da soporte, se desploma... otra vez.
La angustia le muestra un vacío que se apodera de su cuerpo. La pared como respaldo, él alza los brazos hacia su cara y pasa sus manos una y otras vez para tratar de secar sus lágrimas, sus manos se van tensando, paulatinamente la suavidad con la que acariciaba su rostro comienza a ser brusca como si tratase de quitarse la piel, arrancársela. Su respiración es honda y la tensión de su cuerpo crece. Dolor... La habitación lo va consumiendo, la luz que entra por la ventana va apagándose, retirando su manto que cubre aquel cuerpo, desapareciendo bajo las sombras, olvida la carta, el remitente.. - ¿quién será? que lo pone tan ansioso, qué hay en esa carta que tanto espera. Aquel mensaje ¿es importante?, ¿será por quién lo escribe?
No lo sabemos, pero lo que podemos leer es que él espera... espera un mensaje de alguien más... tal vez espera el sentido, poder aprehender su historia, su vida...
Esa extrañeza que siente en su cuerpo le hace decirse: ¿será el café? para la próxima, tengo que acordarme de comprar café descafeinado. Y, deja a un lado su sentir, las sensaciones las trata de tejer con una ocurrencia, y por un momento da resultado. Vuelve a su rutina...
¿Será que se le olvidó que hoy era sábado? No, la angustia aparece justo cuando se acerca su... cuando se acerca la carta. Para eso, faltan siete horas y el tiempo avanza. Acabando sus actividades de la mañana entra a su casa y camina hacia su habitación, se desploma en su cama, abatido, cansado y triste. Acostado en su cama, gira su cabeza hacia la izquierda, donde tiene una mesa pequeña con muchos papeles, apuntes de sus ideas, y encima de esas cordilleras de papeles está su reloj eléctrico que marca la hora, el día y la temperatura. ¡Se da cuenta que hoy es sábado! Va directamente a la puerta, para ver si está la carta que tanto espera, se levanta rápido de la cama y siente un mareo, sin embargo, sigue, pasa el corredor, mientras camina todo le da vueltas pero sigue caminando, a pesar de todo y de todo pesar; cruza el comedor y cada vez sus latidos son más intensos, su cuerpo empieza a vibrar y a sudar frío y sigue con su mareo y trata de caminar de prisa para llegar antes y poder tomar un respiro. Al llegar a la puerta y ver que no hay nada se pega a la pared y como mantequilla en un sartén caliente, se escurre por la pared que le da soporte, se desploma... otra vez.
La angustia le muestra un vacío que se apodera de su cuerpo. La pared como respaldo, él alza los brazos hacia su cara y pasa sus manos una y otras vez para tratar de secar sus lágrimas, sus manos se van tensando, paulatinamente la suavidad con la que acariciaba su rostro comienza a ser brusca como si tratase de quitarse la piel, arrancársela. Su respiración es honda y la tensión de su cuerpo crece. Dolor... La habitación lo va consumiendo, la luz que entra por la ventana va apagándose, retirando su manto que cubre aquel cuerpo, desapareciendo bajo las sombras, olvida la carta, el remitente.. - ¿quién será? que lo pone tan ansioso, qué hay en esa carta que tanto espera. Aquel mensaje ¿es importante?, ¿será por quién lo escribe?
No lo sabemos, pero lo que podemos leer es que él espera... espera un mensaje de alguien más... tal vez espera el sentido, poder aprehender su historia, su vida...
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