Poco a poco me voy dando cuenta que lo único que me queda es escribir. Me detengo por un momento. Mi mirada se dirige de un punto a otro de la habitación; hay algo que me causa cierto malestar, me corrijo: Hay algo en mi decir que me causó un malestar: escribir.
¿Qué es escribir? ¿sobre qué quiero escribir? y ¿para quién escribir? esas dudas se apoderaron de mi cabeza. Pero tal vez, eso no es lo que más me intimida, creo que escribir es hacer un trazo, un cuerpo, una especie de cartografía. En otras palabras, escribir es crear bordes en una superficie. Por lo que, es estar cerca de lo más íntimo. Quizá, es por que se desvaneció esa creencia de las profundidades y al darme cuenta de que la intimidad está a flor de piel, esboza mis miedos.
Al escribir se pone de manifiesto la soledad del escritor. Se abre ese espacio en donde él se encuentra ¿solo? ¿en soledad? ¿en meditación? ¿en aislamiento? – curiosa palabra en nuestros días: “aislamiento” – y, posiblemente, al estar en soledad puede llegar a que empecemos detenernos, a interrumpir lo que ha estado siendo escrito, es una manera de dar cuenta de los sonidos que emiten las palabras, así como escuchar las redes que se van hilando. El silencio en que se envuelve el escritor evoca un estar que suspende a las palabras, en esta suspensión facilita la ruptura de las palabras, de su unidad. Por lo que, nos adentramos a otros registros de ellas…
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